El desempleo sigue golpeando fuerte al Biobío. Las cifras no mienten: miles de familias están viendo cómo se agota el ahorro, cómo los emprendimientos se apagan y cómo los jóvenes migran a otras regiones buscando oportunidades que aquí se han vuelto escasas. Lo que alguna vez fue un motor industrial y productivo del país, hoy se encuentra con más promesas que resultados.
Durante años se ha insistido en planes de emergencia, subsidios temporales y programas sociales que apenas alcanzan para tapar agujeros. Sin embargo, lo que la gente realmente necesita no son bonos ni discursos, sino trabajo digno, estable y bien remunerado.
El problema no es solo económico, sino político. Las malas decisiones, el exceso de burocracia y el desprecio por la inversión privada han paralizado proyectos que habrían generado miles de empleos. En vez de incentivar al que quiere emprender, se le ahoga con trámites, impuestos y trabas ideológicas.
En este contexto, la derecha aparece nuevamente como una alternativa real. Su mirada pragmática —que pone énfasis en la producción, la inversión y el empleo— puede ser la llave que el Biobío necesita para volver a levantarse. No se trata de ideologías, sino de resultados. Las regiones necesitan gestión, no consignas.
Apoyar a la derecha en las próximas elecciones no es un capricho ni un voto ciego: es una decisión racional frente a una realidad que exige orden, trabajo y crecimiento. El país no puede seguir estancado, y menos el Biobío, una región con tanto potencial y tanto talento desperdiciado.
Ya es hora de dejar de esperar que otros hagan el cambio. Si queremos recuperar la dignidad del trabajo, fortalecer la economía local y devolver la esperanza a nuestras familias, debemos apostar por quienes creen en el esfuerzo, en la iniciativa privada y en el progreso.
El Biobío no necesita más discursos vacíos. Necesita acción, liderazgo y visión. Y eso, hoy por hoy, solo puede venir desde la derecha.
