Por Salvador Maldonado.-
Amigo lector, son tiempos difíciles para creer en los discursos de los políticos. Las promesas abundan, pero los resultados escasean. En las calles, en las ferias, en los consultorios y en las salas de clases, el sentir ciudadano es uno solo: la confianza se perdió.
Cada día se hace más evidente el cansancio de la gente frente a un escenario donde la seguridad se deteriora, la salud pública colapsa, la educación enfrenta retrocesos y las oportunidades laborales escasean. Muchos chilenos que se declaraban independientes —sin bandera ni color— comienzan a mirar hacia la oposición, buscando un cambio que devuelva la esperanza y la estabilidad.
El descontento no se trata solo de ideología, sino de realidad. “Miro cómo está mi país y no puedo quedarme indiferente”, comenta un ciudadano que, cansado de lo mismo, ha decidido apoyar a la derecha. “No por convicción política, sino porque la situación ya no da para más”, agrega.
El actual gobierno enfrenta críticas transversales por la falta de resultados concretos en materia de seguridad ciudadana, el alto costo de la vida y la percepción de que la gestión pública se ha vuelto más burocrática que efectiva. Mientras tanto, en la vereda contraria, los sectores opositores buscan capitalizar ese descontento con un discurso centrado en el orden, la libertad económica y la reconstrucción de la confianza.
Lo cierto es que Chile vive un momento decisivo. Los votantes independientes —ese gran bloque silencioso— podrían definir el rumbo político del país en las próximas elecciones. Y su mensaje parece claro: “Queremos menos promesas y más resultados”.












