Por: Salvador Maldonado
Desde las arenas sagradas de Anakena hasta los acantilados del Orongo, hay una figura que brilla con luz propia en Rapa Nui: Rafaela Tiare Riroroko. A sus 33 años, esta talentosa mujer no solo ha conquistado los corazones de su pueblo con su arte y danza, sino que también proyecta su sueño más profundo hacia el continente.
Rafaela es una de las artesanas más reconocidas de la isla. Sus manos hábiles dan vida a trajes típicos confeccionados con fibras naturales, plumas, semillas y caracoles, cuidando cada detalle con la delicadeza de quien honra a sus ancestros. Pero su arte no se detiene ahí: cuando baila, la tierra misma parece detenerse para contemplarla. Sus movimientos, precisos y cargados de historia, evocan a las antiguas diosas polinésicas que hablaban con el mar y el viento.
En exclusiva, Rafaela nos comparte un anhelo que ha ido creciendo en su corazón: dejar su tierra natal, aunque sea por un tiempo, para venir al continente y fundar una escuela de danzas tradicionales de Rapa Nui. “Quiero que nuestras niñas y niños, incluso lejos del océano, sientan el latido de la tierra y la fuerza de nuestras raíces”, dice con una sonrisa que mezcla nostalgia y esperanza.
Su sueño no es pequeño. Aspira a crear un espacio donde se enseñe no solo el arte del movimiento, sino también el significado espiritual de cada paso, de cada canto, de cada símbolo que une a los rapanui con sus ancestros y con la naturaleza.
“Esta danza no es solo para mostrar, es para sentirla, para vivirla. Quiero llevar la cultura de mi pueblo más allá del turismo, quiero que el continente la abrace con respeto y que los jóvenes la conozcan como parte viva de Chile”, declara con pasión.
Rafaela Tiare Riroroko no solo es una mujer hermosa: es la encarnación viva de un legado ancestral, y ahora sueña con sembrar ese legado en nuevas tierras y se proyecta para la Región del Bío Bío con el mismo amor que la vio crecer entre tambores, leyendas y estrellas del Pacífico.
La isla la ve partir con orgullo. Y el continente, si sabe mirar, verá llegar a una maestra que no viene solo a enseñar pasos, sino a compartir el alma de un pueblo.
