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Cuando lo torcido se disfraza de virtud: ecos modernos de Sodoma y Gomorra

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En este tiempo de confusión moral y cultural, asistimos a un fenómeno inquietante: ciertos sectores ideológicos —convencidos de tener la verdad absoluta— no solo defienden ideas contrarias al sentido común y la naturaleza humana, sino que las promueven como virtudes, revestidas de progreso, inclusión o libertad. Esta estrategia no es nueva. Ya en los antiguos relatos bíblicos vemos cómo sociedades enteras, como Sodoma y Gomorra, se dejaron arrastrar por la corrupción interior, justificando lo injustificable y perdiendo toda capacidad de distinguir entre el bien y el mal.

Hoy, muchos de estos nuevos ideólogos —que con frecuencia se ubican en sectores radicalizados, autodenominados defensores de causas sociales— poseen una habilidad indiscutible para convencer. Utilizan el lenguaje como arma, trastocando los valores y torciendo los deseos naturales. Logran que lo inmoral parezca justo, y lo torcido, brille como virtud. Con una convicción férrea, arrastran multitudes hacia una nueva forma de pensamiento que no tolera disidencia, que impone su visión, y que pretende redefinir incluso lo más sagrado: la vida, la familia, la identidad.

Así como en Sodoma se perdió la noción de límite y se despreciaron las advertencias, en nuestra época se banaliza la verdad, se ridiculiza la fe, y se celebra el desenfreno. Se exalta lo que antes se ocultaba por vergüenza. Se enaltecen conductas que van contra la estructura natural del ser humano, mientras se silencia a quienes alzan la voz para defender el orden y la moral.

La historia de Sodoma y Gomorra no fue solo un relato de castigo divino, sino una advertencia: cuando una sociedad justifica el pecado como virtud, y persigue al justo por incomodar con su rectitud, el desenlace es inevitable. No se trata de una amenaza teológica, sino de una realidad social: ninguna civilización ha sobrevivido cuando se ha fundado sobre el caos moral.

Ante esto, se vuelve urgente resistir con sabiduría y firmeza. No con odio, sino con claridad. No con violencia, sino con verdad. El mundo necesita hombres y mujeres que no se dejen engañar por lo que reluce pero no ilumina. Porque aunque hoy lo torcido brille como virtud, siempre habrá una luz más fuerte: la de la verdad que no cambia, que no se adapta a modas, y que sostiene a quienes se atreven a defenderla, aunque sean pocos.

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